jueves, 26 de abril de 2007

Cadáver exquisito


El día 26 de abril el diario argentino Página/12 publicó Sobre el arte conceptual. El artículo es lo que parece un extracto de Frases sobre el arte conceptual, publicadas en 1969 por Sol LeWitt (1928-2007) "uno de los padres fundadores del arte conceptual norteamericano". Su reciente fallecimiento parece ameritar la actual (y, supongo, parcial) publicación. No es mi intención ensañarme con occisos, pero nadie me va a negar que inclusive (y sobre todo) después de muertos, seguimos siendo esclavos de nuestras palabras.

Transcribo a continuación las mentadas "frases", con comentario adjunto.


  1. Los artistas conceptuales son místicos más que racionalistas. Llegan a conclusiones a las que no llega la lógica. Misticismos aparte, ¿a quién se le ocurre hablar de “conclusiones” si no es al amparo de la lógica? Salvo que entendamos la palabra meramente como “término” o “fin”; y entonces ya no vemos qué es lo que puede interesarnos de algo que simplemente llega a un punto final –por contraposición a un “fin” alcanzado a través de ciertos medios--. Además, cuando se cierra el telón, nos quedamos sin espectáculo que presenciar, es decir sin objeto (artístico, en este caso).
  2. Los juicios racionales repiten juicios racionales. O bien es lo que los caracteriza como juicios racionales (silogismos), lo cual es una obviedad. O bien estamos ante una nueva concepción de la palabra juicio.
  3. Los juicios irracionales llevan a nuevas experiencias. ¿Qué es exactamente un “juicio irracional”? ¿Un silogismo erróneo? ¿Un sofisma? ¿Un absurdo cualquiera?; Una oscura fuerza motora de la experiencia? En cuyo caso, ¿Qué o quién pone en funcionamiento esa fuerza? ¿De dónde proviene? ¿Qué tiene que ver la voluntad en todo esto?
  4. El arte formal es esencialmente racional. No necesariamente. Falta aclarar qué se define por “arte formal”.
  5. Los pensamientos irracionales deberían seguirse de manera absoluta y lógica. ¿Cómo seguir un “pensamiento irracional” (ahora ya no lo llamamos “juicio”, lo cual es algo confuso)?. ¿Se lo sigue por medio de la lógica, de la voluntad?
  6. Si el artista cambia de opinión a mitad de camino en la ejecución de su obra, pone en riesgo el resultado y repite resultados pasados. O sea que se puede poner en riesgo algo que aún está a mitad de camino… Claro. Además estamos suponiendo que el concepto de la obra antecede a su completa ejecución. Por lo que deberíamos empezar a premiar “conceptos artítiscos” que nadie ha llevado a cabo, y todo esto lo antes posible, no vaya a ser que el artista cambie de opinión antes de ser debidamente galardonado. Queda por resolver el pequeño inconveniente de cómo nos enteramos de los conceptos. Propongo la lisa y llana telepatía.
  7. La voluntad del artista es secundaria al proceso que va de la idea a la concreción de la obra. Su voluntad bien puede ser puro ego. Si la por fin mencionada voluntad del artista es secundaria, ¿es tan importante que el artista cambie de opinión una vez o dos durante el proceso creativo? Y al fin y al cabo, ¿es tan importante el artista?
  8. Cuando se utilizan palabras como pintura y escultura, se connota toda una tradición, y esto implica la aceptación de esta tradición, imponiendo así sobre el artista una serie de limitaciones que lo llevarán a evitar hacer arte que vaya más allá de esas limitaciones. No creo necesario aclarar este punto. Pero ahí vamos de todos modos: sin limitaciones no existe la libertad. Sin limitaciones no hay “más allá” de las limitaciones.
  9. El concepto y la idea son diferentes. El primero implica una dirección general mientras que el segundo es el componente. Las ideas ejecutan el concepto. Algún día la humanidad se verá beneficiada con algún pensador capaz de captar en profundidad esta proposición; por ahora, el puesto queda vacante. La otra opción es que estemos ante una rematada imbecilidad.
  10. Las ideas pueden ser obras de arte: se encuentran engarzadas en una cadena de desarrollo que eventualmente puede encontrar alguna forma. Otra vez con las ideas inmaterializadas. Otra vez nuestras limitadas dotes telepáticas nos privan del más alto gozo estético.
  11. Las ideas no proceden necesariamente en un orden lógico. Pueden enviarlo a uno en direcciones inesperadas, pero cualquier idea debe, necesariamente, completarse en la mente antes de que se forme la siguiente. Las ideas (que pueden ser obras de arte) no proceden de un orden lógico; pero, si proceden de algún lado, es que ocupan un lugar en cierto orden. Hasta donde sabemos, todo orden que se precie de tal prevalece dentro de cierta lógica.
  12. Por cada obra de arte que se materializa hay muchas variaciones que no. Otra vez: ¡¡¡El poder a los telépatas!!! (o a los charlatanes)
  13. Una obra de arte puede entenderse como el conducto que une la mente del artista con la del espectador. Pero bien puede nunca llegar a la mente de éste, o dejar siquiera la del artista. Ya estamos de lleno en el ámbito de la charlatanería. Mentes como espacios o recipientes, con sus respectivas exclusas comunicantes o no, etc….
  14. Las palabras de un artista a otro pueden inducir una cadena de ideas, si comparten el mismo concepto. Ídem. (esto se pone agotador).
  15. Dado que ninguna forma es intrínsecamente superior a otra, el artista puede usar cualquier forma, desde una combinación de palabras (hablada o escrita) hasta la realidad física. Las formas (medios) no definen al arte. El problema es que los medios que utiliza el artista son siempre los medios accesibles a todos; que en realidad es uno solo, y podría llamarse realidad física (las palabras del artista son, entre otras cosas: tinta y papel, o bien modulaciones sonoras, etc.).
  16. Si se utilizan palabras, y provienen de ideas sobre el arte, entonces son arte y no literatura; los números no son matemática. Los números no son matemática, ergo la literatura no es arte. Bonita manera de poner en su lugar a más de cuatro turbios amanuenses que tuvieron el descaro de reputarse artistas (ver: Historia del Arte, apartado, Literatura.)
  17. Todas las ideas son arte si se preocupan por el arte, y caen dentro de las convenciones del arte. ¿En qué quedamos? Las convenciones ¿limitan o hacen al arte?
  18. Por lo general, uno entiende el arte del pasado aplicándole las convenciones del presente, malinterpretando así el arte del pasado. En cuanto tengamos en nuestro poder la máquina del tiempo telepática, ya no infligiremos ni sufriremos interpretaciones erróneas.
  19. Las convenciones del arte son alteradas por las obras de arte. …que dependen de esas mismas convenciones para ser obras de arte, y no otra cosa. He aquí un bonito círculo o petición de principio.
  20. El arte exitoso cambia nuestro entendimiento de las convenciones al alterar nuestras percepciones. Percibimos una obra que cambia nuestras percepciones. ¿Cuál depende de cuál? Además, ¿es necesario que una obra goce del éxito como un atributo para que tenga el poder de cambiar nuestras percepciones? ¿o por el contrario es ese poder el que adjudica la categoría de exitosa a una obra?
  21. La percepción de ideas lleva a nuevas ideas. O todo lo contrario. O también: ¿quién sabe? Aunque seguimos prefiriendo los más escuetos pero elocuentes puntos suspensivos.
  22. El artista no puede imaginar su arte, como tampoco puede percibirlo hasta que lo ha terminado. ¿Cuándo, entonces, finaliza su tarea nuestro esforzado artista? ¿Cuando se le termina de ocurrir una idea (que por otro lado no puede nunca imaginar)? ¿Cuando termina de ejecutar la obra? ¿Cuando ésta alcanza el éxito?
  23. El artista puede percibir erróneamente una obra (es decir, entenderla de un modo diferente a su autor), pero este malentendido de todos puede dar comienzo a su propia cadena de pensamiento. Hermoso. Este tipo es un ídolo (tengo todos sus discos).
  24. La percepción es subjetiva. Ahh… (acá ni me meto, ya bastante tiempo hemos malgastado en este idiota).
  25. El artista no necesariamente debe entender su propio arte. Su percepción no es ni mejor ni peor que la de los demás. Ídem.
  26. Un artista puede percibir el arte de los otros mejor que el propio. Pero si está clarísimo, che
  27. El concepto de una obra de arte puede involucrar la materia de la que está hecha la obra o el proceso durante el que se realiza. Y dale que va…
  28. Una vez que la idea de la obra se establece en la mente del artista y su forma final es decidida, el proceso se lleva a cabo a ciegas. Hay muchos efectos secundarios que el artista no puede imaginar. Estos pueden utilizarse como ideas para nuevas obras. ¿Y no era que no se podía cambiar de idea hasta concluir la obra, o algo así?
  29. El proceso es mecánico y no debería interferirse en él. Debería seguir su curso. Repetimos: ¿y el artista para qué?
  30. Hay muchos elementos involucrados en una obra de arte. Los más importantes son los más obvios. Nos atenemos a los puntos suspensivos (y nos proponemos continuar esta política hasta encontrar algo más que tonterías o algo que no hayamos refutado con anterioridad).
  31. Si un artista utiliza la misma forma en un grupo de obras, y cambia el material, uno debe asumir que el concepto del artista involucraba el material.
  32. Las ideas banales no pueden salvarse mediante bellas ejecuciones.
  33. Es difícil arruinar una buena idea.
  34. Cuando un artista aprende su oficio demasiado bien, hace arte demasiado cool. “Cool” es una palabra cool, ¿o no?.
  35. Estas frases son comentarios sobre arte, pero no son arte.La verdad es que a estas alturas ya no hay quien te contradiga, viejo.
Llegados a estas instancias (si es que alguno puede alardear de tamaña presencia de ánimo),¿ a quién de ustedes le sigue sorprendiendo que estos tipos sigan consagrando su tiempo a plastificar edificios o crear genéticamente conejos fosforescentes?
Acaso la frase más feliz al respecto la tuvo una señora de mi barrio cuando, enfrentada a tan desconcertantes y posmodernas declaraciones exclamó con sabiduría y certero sentido apocalíptico: "Es el acabóse".

domingo, 22 de abril de 2007

Uroboros (post de no-ficción)

El tipo acaba de mudarse a un departamento nuevo. Aprovecha los días que no llueve para hacer un poco de limpieza y poner en orden sus cosas. El tipo conoce poco la ciudad, por lo que decide hacer las compras en el supermercado más completo que encuentra. A la salida, cargado como está, se le hace impracticable acometer a pie el relativamente largo camino de vuelta.
El tipo se las arregla para llegar hasta la parada de taxis, abordar el primero de la fila, e indicar la dirección al conductor. En el camino, como era de prever, la charla discurre sobre el clima y las inopinadas incomodidades que suele éste infligir a los mortales. Y eso sin contar las verdaderas tragedias que llega a desencadenar sobre nuestros destinos. El calentamiento global y demás mitos de última hora son rápidamente descartados por el taxista; cuya excelente memoria evoca cierta dilatada lluvia de su juventud. Lluvia que dio en coincidir casi exactamente con la duración del viaje a Italia de su padre --mes, mes y medio, póngale usted...-- y que terminó por arruinar por completo la cosecha de su hermano. "Lluvias de ésas hubo siempre. Pasa que vienen cada tanto. La gente se olvida y después anda armando escándalo."
El tipo se queda con las ganas de preguntar qué cosechaba el hermano; pero ya están llegando y él está demasiado ocupado buscando cambio para pagar justo y asegurándose de dejar el paraguas olvidado en el asiento. Antes de bajar atina a coincidir con su interlocutor que, a pesar de todo, ya es hora de que el tiempo se deje de joder y empiece a comportarse como Dios manda. Que al fin y al cabo ya estamos en otoño y no vendrían mal unos días más frescos y sin tanta humedad...

El tipo extraña a su familia. Trabaja demasiado y no tiene amigos. El tipo es distraído hasta la criminalidad, y confía a las regularidades externas la tediosa responsabilidad de mantenerlo dentro de los límites de la realidad o la cordura. Rompe innumerables veces su definitivo propósito de dejar de fumar. Encuentra y vuelve a perder el tenue equilibrio entre fe y desesperanza que hace que al fin se vaya a dormir sin otra compañía que su estúpida sonrisa.

Un buen día, agobiado bajo el peso de las compras y la amenaza de la inminente tormenta, el tipo se encamina a la parada de taxis. Toma el primero y, una vez dentro, consigna lenta y prolijamente su dirección. Con prolijidad de mantra recién aprendido, piensa. Como cuando era chico, y recitaba cuidadosamente su número de documento, horrorizado de equivocarse y terminar siendo otro por culpa de una cifra fuera de lugar. Para distraerse tan intrascendentes cavilaciones, o quizá por se le ocurre que es lo correcto, intenta hacer conversación. Por desgracia, su poco experiencia en ese medio de transporte, unida a su completa ignorancia en materia deportiva, hacen que sólo le venga a la mente el tópico del clima. Área que , afortunada o inevitablemente, el taxista domina a la perfección. Para demostrarlo --como si hiciera falta--, éste se apresura de adelantar su opinión de que el presente estado de cosas poco o nada tiene que ver con la tala indiscriminada o el deterioro de la capa de ozono. Nadie mejor que él para afirmarlo. Justamente él, que en su juventud aguardó bajo ininterrumpido chaparrón el regreso de su padre desde Italia. Él, que sufrió como propia la cosecha arruinada de su hermano. Él mismo, que siempre llevó y seguirá llevando tranquilamente a sus pasajeros a destino, impermeable a calendarios y teorías.

El tipo baja del taxi, comprueba que no olvidó el paraguas, y sigue con su vida.
O eso intenta creer.