lunes, 30 de marzo de 2009

Infinito Actual (De la contradictoria naturaleza del deseo)

El tipo tiene miedo de morirse antes poder leer todos los libros que ansía leer. Aunque, a veces, al mismo tiempo le aterroriza seguir leyendo. Teme que sus predicciones sean erróneas y que, a este paso, llegue a agotar en pocos años todas las lecturas que valen la pena --quizá no sean tantas al fin y al cabo--. No se atreve ni a pensarlo: estaría condenado a repartir el tiempo sobrante entre los abismos de la soledad y los horrores de la banalidad.

Identidad de los indiscernibles

Kírilov razona así. No existir le es imposible, ser Dios le es imposible: lo imposible es lo único que vale la pena llevar a cabo.


Después se suicida, en una típica escenita de maricón histérico.



lunes, 16 de marzo de 2009

Obviedad #10

La felicidad es algo sencillísimo y, por lo demás, completamente inútil.

Tal vez no sin sabiduría se nos ha enseñado a sospechar de las cosas inútiles, a no intentar la felicidad.

domingo, 8 de marzo de 2009

Argumentum Maradonicus

Hace unos días me encontraba visitando a un amigo. En la casa había un niño que efrentaba una especie de crisis de fe o de lealtad: sus simpatías oscilaban entre dos equipos de fútbol antagónicos. En algún momento todos los presentes declararon, a manera de ejemplo aleccionador, su propio apoyo incondicional a tal o cual club. Yo permanecí callado, pero la infancia es más suspicaz, o más cruel, por lo que me vi de pronto interpelado:
"¿Y vos, de qué cuadro sos?"
Murmuré algunas palabras resignadas, a todas luces insatisfactorias. "No es de ninguno. A él no le interesa el fútbol", explicó mi amigo, con aplicada paciencia, exigida probablemente por la edad del interlocutor y por la secreta ignominia de tal revelación.
Acaso por primera vez en su vida, el niño tuvo conciencia de ser testigo de un escandaloso desequilibrio en la trama de la realidad:
"¿De ningún cuadro? Vos no tendrías que existir en este universo."
Por supuesto, su conclusión era lógica, prístina, convincente. Recuerdo haber pensado "este chico tiene alma de teólogo, o de delantero". Guardo también la sensación de hacerme gradualmente más pequeño, más inconsistente ante su mirada.

jueves, 5 de marzo de 2009

El condenado

"No creo en el talento. Lo que me parece un signo evidente de que, si el talento existe, existe en otros. 
No creo en el talento, quiere decir: soy incapaz de poseerlo o de reconocerlo. Soy, lo que se dice, completamente inmune.
Más o menos similar es mi posición respecto al Infierno; pero eso es otro tema..."

martes, 3 de marzo de 2009

La última novela de Borges (Los sospechosos de siempre)

En sus conferencias sobre Borges y la Matemática, Guillermo Martínez habla sobre ciertas características formales (a la vez estilísticas y temáticas) de la narrativa (o poética en sentido amplio) borgeana que la acercan al modo de pensar de los matemáticos. Una es la preocupación por el infinito, otra, relacionada intrínsecamente con ella, es la de los objetos recursivos. Éstos últimos se presentan o bien como recursividades “ascendentes” (o “hacia fuera”) o como recursividades “descendentes” (o “hacia el interior”). Un ejemplo es el protagonista de Las Ruinas circulares, tan ocupado en soñar otro ser, que sólo al final cae en la cuenta de que él mismo está siendo soñado. O el rabino que contempla en el Golem su imperfecta imitación de humanidad, y que a su vez se halla bajo la mirada (no menos desencantada) del dios a quien debe su propia existencia. Ejemplos de recursividad “hacia adentro” serían el relato incluido en las Mil y una noches que consiste nada menos que en Las Mil y una noches, o la prisión infinitamente estrecha de Funes el Memorioso, atrapado en los recuerdos singulares de cada instante, que incluyen los recuerdos de cada recuerdo, etc. Ahora bien, en un intento de arrumbar a Borges dentro de ese territorio inverosímil que se dio a llamar “la posmodernidad” se ha pretendido que sus cuentos son meta-novelas, sus procedimientos estériles artefactos autorreferenciales, como los de cualquier “posmoderno”; para colmo, se ha querido derivar de todo esto su “genialidad”. Hay que reconocer que el propio Borges tiene cierta responsabilidad en la confusión, pero también es justo concederle que ningún verdadero artista posee el tiempo o la voluntad de convertirse en su propio curador.

Ahora bien, ante la pregunta de por qué no hay una novela de Borges, me permito aventurar la siguiente interpretación: toda su obra es una única novela. En su ensayo Borges novelista, Saer sostiene que en el centro de la teoría borgeana de la narración "hay un rechazo del acontecimiento, de la causalidad natural, de la inteligibilidad histórica y de la hiperhistoricidad que caracteriza al realismo”(…) Lo que caracterizaría a la novela como a la epopeya es una acumulación de acontecimientos que se agregan unos a otros y que se caracterizan por su variedad y su transformación * . Lo que quería proponer es que es intersante intentar pensar que en Borges hay a la vez, ese rechazo y la resignada aceptación de que cualquier esfuerzo humano participa de esa “imperfección estética” de la epopeya y la novela. Ante tal panorama, su apuesta (su destino) sería construir la novela sin novela, aceptar la complicidad con la novela que se escribirá inexorablemente, con o sin ayuda del autor. Esta actitud sí es innegablemente paradójica, y por qué no inevitable; lo que Borges ha sabido construir (en eso, creo yo, consiste su verdadera poética) es construir la sospecha de que todo este mecanismo forma parte de su obra, de su “proyecto”. Joyce escribe el Ulysses y no hay duda de que pretende construir una novela que contenga el mundo. Escribe una novela imposible, que es imposible de abarcar. Borges escribe cuentos cuya lectura conjunta (aunque sea parcial) aspira a lograr el efecto de una novela leída de manera fragmentaria, morosa o distraída; tal suele ser el destino de la novela de Joyce, incluso para ese gran lector que fue Borges. El tema del “lector distraído” viene de Macedonio Fernández, a cuya influencia (entre otras) imputa Saer la negativa borgeana de incursionar en el “género de la novela”. 

Como en el caso de Joyce, este “programa” que aquí conjeturamos es una construcción ambiciosa, incompleta por definición, y a todas luces imposible. Pero en los infinitos intersticios de esta caja china se cuela algo que está más allá de las ambiciones técnicas o “formales”; un resto incomputable, indecidible, que se decanta más bien hacia la sospecha, hacia la duda, hacia el horror o la maravilla. De esta manera, su obra completa puede ser leída como una novela fantástica; pero puede también irrumpir como un hecho fantástico, inexplicable, un objeto a la vez recursivo y anti-recursivo, que se agota y no se agota a sí mismo. Curiosamente, es el efecto que suele provocarnos la experiencia de  ciertos prodigios (como pueden ser la buena literatura, o la auténtica genialidad). 


*De Borges todavía, Guillermo Martínez.