lunes, 30 de marzo de 2009
Infinito Actual (De la contradictoria naturaleza del deseo)
Identidad de los indiscernibles
lunes, 16 de marzo de 2009
Obviedad #10
Tal vez no sin sabiduría se nos ha enseñado a sospechar de las cosas inútiles, a no intentar la felicidad.
domingo, 8 de marzo de 2009
Argumentum Maradonicus
jueves, 5 de marzo de 2009
El condenado
martes, 3 de marzo de 2009
La última novela de Borges (Los sospechosos de siempre)
En sus conferencias sobre Borges y
Ahora bien, ante la pregunta de por qué no hay una novela de Borges, me permito aventurar la siguiente interpretación: toda su obra es una única novela. En su ensayo Borges novelista, Saer sostiene que en el centro de la teoría borgeana de la narración "hay un rechazo del acontecimiento, de la causalidad natural, de la inteligibilidad histórica y de la hiperhistoricidad que caracteriza al realismo”(…) Lo que caracterizaría a la novela como a la epopeya es una acumulación de acontecimientos que se agregan unos a otros y que se caracterizan por su variedad y su transformación * . Lo que quería proponer es que es intersante intentar pensar que en Borges hay a la vez, ese rechazo y la resignada aceptación de que cualquier esfuerzo humano participa de esa “imperfección estética” de la epopeya y la novela. Ante tal panorama, su apuesta (su destino) sería construir la novela sin novela, aceptar la complicidad con la novela que se escribirá inexorablemente, con o sin ayuda del autor. Esta actitud sí es innegablemente paradójica, y por qué no inevitable; lo que Borges ha sabido construir (en eso, creo yo, consiste su verdadera poética) es construir la sospecha de que todo este mecanismo forma parte de su obra, de su “proyecto”. Joyce escribe el Ulysses y no hay duda de que pretende construir una novela que contenga el mundo. Escribe una novela imposible, que es imposible de abarcar. Borges escribe cuentos cuya lectura conjunta (aunque sea parcial) aspira a lograr el efecto de una novela leída de manera fragmentaria, morosa o distraída; tal suele ser el destino de la novela de Joyce, incluso para ese gran lector que fue Borges. El tema del “lector distraído” viene de Macedonio Fernández, a cuya influencia (entre otras) imputa Saer la negativa borgeana de incursionar en el “género de la novela”.
Como en el caso de Joyce, este “programa” que aquí conjeturamos es una construcción ambiciosa, incompleta por definición, y a todas luces imposible. Pero en los infinitos intersticios de esta caja china se cuela algo que está más allá de las ambiciones técnicas o “formales”; un resto incomputable, indecidible, que se decanta más bien hacia la sospecha, hacia la duda, hacia el horror o la maravilla. De esta manera, su obra completa puede ser leída como una novela fantástica; pero puede también irrumpir como un hecho fantástico, inexplicable, un objeto a la vez recursivo y anti-recursivo, que se agota y no se agota a sí mismo. Curiosamente, es el efecto que suele provocarnos la experiencia de ciertos prodigios (como pueden ser la buena literatura, o la auténtica genialidad).
*De Borges todavía, Guillermo Martínez.