Así que habría que prestar mucha atención. Habría que acercar la nariz a ciertos pliegues, introducirla en determinados recovecos, aspirar con decisión. Y a eso se lo llamaría "la búsqueda del sentido". Haría falta "un olfato preciso", una cierta "sensibilidad", algo de "entrenamiento"... Habría que sobreponerse a ciertos inevitables resquemores y prejuicios cotidianos (¡ah, los sacrificios que hacemos por la ciencia!).
Por si esto fuera poco, cabría la posibilidad de una pujante industria de perfumes y narcóticos, de filtros de amor y armas de destrucción masiva. Estaríamos hablando de algo que se puede no sólo extraer, sino además concentrar, destilar, filtrar y almacenar (en llamativos envases o en bóvedas secretas).
No podemos vivir sin respirar, dirán. No podemos vivir sin "interpretar", insistirán. Y considerarán probado su caso.
«Cualquier configuración de elementos, natural o artificial, puede ser considerada en circunstancias apropiadas como un lenguaje secreto, un lenguaje que alguien conocería y que no hemos descifrado todavía. El hombre es, podríamos decir, un animal perpetuamente en búsqueda de significación; y la encuentra siempre tarde o temprano cuando decide buscarla, lo que quiere decir, para Wittgenstein, que acaba siempre por encontrar una analogía esclarecedora que le satisface. Lo que es importante aquí es que el objeto no es un símbolo que debe ser interpretado; es cuando hemos aceptado una determinada interpretación cuando el objeto se convierte para nosotros en un símbolo». (Bouveresse, J. 1993. Wittgenstein y la estética. Valencia: Universitat de València. p. 63)
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