En cierto sentido, el caso de Sísifo es similar al de Tántalo. Podríamos imaginar que ante la perspectiva de la eternidad, librarse del deseo sería un desafío más bien trivial. Sin embargo, el castigo de Tántalo no es la incómoda circunstancia de que la satisfacción permanezca cercana y al mismo tiempo inalcanzable. La condena que le ha sido impuesta es precisamente la imposibilidad de renunciar al deseo.
Del mismo modo, no hay látigo que obligue a Sísifo a llevar a cabo su tarea. O, en todo caso, el látigo es Sísifo, la cadena es ese trabajo que le pertenece únicamente a él, y al que él pertenece por completo.
Podría decirse que el placer y el dolor, la esperanza y la resignación, le son por completo indistintos. Al fin y al cabo, no forma parte de su tarea distinguir entre unos y otros. Es como si en ello residiera justamente su épica, banal, inapelable dignidad.
Enfrascado en una eternidad de otra índole, Bartleby repite “preferiría no hacerlo”. Y así trama un movimiento tan consistente, tan coherentemente idéntico a sí mismo, que termina – o comienza – por anular la repetición.
Sísifo desaparece en el ciclo eterno de su tarea. Bartleby se inventa en un porfiado desaparecer.
Los mitos prescinden del poeta, e incluso de la leyenda. Pero no hay escritor que no sea, a su manera, Sísifo y Bartleby.
Ambos mitos perduran como un gesto: el gesto del que están hechos (entre otras cosas) el arte y el olvido.
¡Por favor! Juan, no puedo hacer menos que regresar a leer este post una y otra vez.
ResponderEliminarEs mejor de lo que yo en milenios hubiera podido llegar a escribir.
La pucha que me entra una envidia... ja ja, de más está decir que es de la buena, porque te estoy admirando, me llevo pequeñas frases tuyas, para hacer 23.456.789 posts.
Te dejo un abrazo.
Alicia