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El tema de la acción, del hecho de que digamos, por ejemplo, que “alguien hace algo (o hace alguna cosa)”, o que “algo es hecho por alguien”, etc. es extremadamente complicado, y ni siquiera podemos saber si es una sola cuestión o si es un nudo de cuestiones relacionadas. Evidentemente, se trata de expresiones que utilizamos todo el tiempo, pero el hecho de que las usemos no implica que entendamos claramente cómo lo hacemos. Se trata de una perplejidad que se puede mostrar desde el menos crítico “sentido común”. Parece que cualquiera estaría de acuerdo en que, en algún sentido, “no sabemos lo que estamos haciendo”. De manera similar, cuando alguna persona nos dice “yo sé lo que estoy haciendo”, solemos interpretarlo como una sugerencia de que nos callemos la boca y la dejemos tranquila. Mi punto es que generalmente solemos aceptar que las personas son agentes (es decir, hacen cosas, o realizan acciones). No tenemos muy en claro a qué nos referimos con "personas", o qué constituye exactemente un "acto"' o una "acción", ni si se trata de la única clase de ‘agentes’ que conviene aceptar. Tampoco sabemos si hay algo así como “grados” de acción: si alguien puede ser “más o menos agente” que cualquier otra persona (o si es concebible, coherente, o incluso “metafísicamente posible” que haya algo así como un Agente Absoluto). Pero tampoco podemos decir simplemente que se trata de un asunto “indecidible”. ¿Cuál de todos los asuntos?, se nos podría preguntar, o bien ¿de qué asunto está usted hablando? Y aquí pareciera que la única respuesta satisfactoria sería la que terminara con todas las preguntas, la que decidiera de una vez por todas el asunto (y todos los asuntos). Lo más parecido que se me ocurre a tal respuesta es el silencio (hay que tener en cuenta que el silencio puede ser muy satisfactorio a su manera). Claro que tampoco podríamos decir si el silencio es algo que pasa, o algo que hacemos.
Cuando queremos hablar sobre cómo o por qué ciertas personas actúan de tal o cual manera, por ejemplo, solemos postular ciertas “facultades”. Pero el gran problema con las facultades es que para que esta explicación tenga sentido tendríamos que haber determinado previamente la clase de cosas de las que se pueden predicar esas facultades. Y si las personas son simplemente aquello que posee determinadas facultades, nos metemos en un círculo vicioso. También podemos preguntar, por ejemplo, cuál es la diferencia entre “ejercer” una facultad y meramente “poseerla” (sobre este tema también abundan las teorías, claro, pero ese es precisamente el problema). Para dar alguna explicación satisfactoria primero tendríamos que estar de acuerdo sobre ciertas nociones modales (“necesario”, “posible”). Pero parece que justamente estas nociones dependen de (o al menos están íntimamente emparentadas con) lo que entendamos por "hacer".
Claro que todo esto no impide, como dijimos antes, que constantemente hablemos de gente que hace tal o cual cosa, o de cosas que le pasaron a tal o cual persona.
Tanto "el orden establecido" como "la revolución" son cosas que alguien (o algunos) "hacen", pero también cosas que quizás, de alguna manera, les “pasan”. Más aún, la estrategia de Badiou de reemplazar el sujeto trascendental kantiano por estos "sujetos" en cuya "composición" entran deteminados mortales, como "soporte" de ciertas "verdades inmortales", no cambia en nada el hecho de que para entender todo esto seguimos necesitando suponer que tiene sentido hablar de "alguien" que hace "algo", o “alguien” al que “le pasa” algo.
Pero, ¿Cómo podemos saber qué es lo que hace (o le pasa) o de qué manera lo hace (si es que hay varias maneras de hacer)? También sería interesante, por supuesto, saber por qué lo hace. Todas estas son preguntas que parecen a la vez inevitables y urgentes, inútiles e imposibles, pero sobre todo preguntas que nos seguimos haciendo (o que se nos siguen ocurriendo).
El caso es que, todas estas preguntas implican, de alguna manera, una cierta noción de lo que es "hacer", los "agentes", las "cosas", las "situaciones", etc. (Por no hablar del tiempo, la causalidad, el azar, etc.) Y el hecho de que haya modelos matemáticos en los cuales podamos “encajar” algunas de estas intuiciones, o que alguien construya sistemas teóricos complejos que intenten dar cuenta de estos tópicos no responde de ninguna manera definitiva a estas preguntas (aunque por supuesto, no deje de ser interesante e instructivo). Mejor dicho, ninguna de ellas se trata de una respuesta superior o “más elevada” que la que podría brindarnos el más ramplón "sentido común" (o el dogma religioso más rígido). Decir que "la matemática es la ontología", o que "es igual pensar que ser" no aclara para nada el tema de qué entendemos por "hacer", o por "sujeto", o por cualquiera de estas otras nociones que tanto usamos (y que usamos, como diría Aristóteles, de tantas maneras diferentes). Evidentemente, se podría preguntar por qué deberíamos buscar precisamente la claridad, pero es una pregunta que está en el mismo nivel que la de por qué debería interesarnos ser el “soporte” (o “entrar en la composición de sujeto”) de alguna “verdad eterna”.
Personalmente, propongo (dogmáticamente, intuitivamente, religiosamente) que intentemos ver qué podemos averiguar sobre todo este barullo del "hacer", los "agentes", las "cosas", etc.
Y en el mismo tono declaro que lo que no me gusta (otra vez un argumento injustificable, estético, psicológico, o quizás propiamente ético) es que alguien me venga a "cantar las cuarenta", o a revelarme de improviso "la verdad de la milanesa". Es sencillamente algo que, para usar una expresión de Badiou (pero que fue antes de Nietzsche) no huele muy bien.
En cierta parte del ensayo nos habla de los "efectos" de las verdades. Esto también es raro. El problema de los efectos de lo eterno sobre lo temporal parece que nunca se ha planteado satisfactoriamente (recordemos que es uno de los argumentos contra la existencia de Dios). Del mismo modo, el efecto de la fidelidad de uno o más de estos mortales bípedos implumes sobre lo eterno, es algo que nadie ha podido dilucidar hasta ahora. Pero no se nos convence diciendo que se trata de algo "indecidible", porque esto equivale a callar, o a "cambiar de tema" (o a que “se haga silencio”). Y esto no es raro, puesto que se trata de una tesis que suena “religiosa” de punta a punta: "fidelidad a una fidelidad" puede interpretarse más o menos como "fe en la fe" o "fe por la fe misma". El gran problema --o ventaja-- de este tipo de tesis, sobre todo cuando se plantean en forma de principios es que son independientes del tema o del contenido --y que de hecho parecen depender de cierta división inconmensurable o absoluta entre ‘contenido’ y ‘forma’, pero también ‘ser y aparecer’, ‘opinión y verdad’, o alguna otra por el estilo-- es que resultan de alguna manera inmunes a preguntas del tipo “¿Fidelidad a qué?”, “¿Fe en qué?”. Lo que los hace interesantes, y tan seductores como principios, es precisamente esta independencia. Los podemos "llenar" tanto con el dogma cristiano como con cierta reivindicación posmoderna de los "auténticos ideales de izquierda". Son, o al menos dan toda la impresión de ser, "privados", en el sentido en que plantean una distancia fundamental ("infinita") entre dos "agentes" o "personas". También sirven para entender a cada persona como una especie de dualidad contradictoria o más bien paradójica (algo que es y no es al mismo tiempo mortal, eterno…. precisamente porque es y no es al mismo tiempo, o “es un múltiple de múltiples”, etc…). Me parece que de eso resulta siempre alguna forma de misticismo. Se nos dice que el Todo es siempre inconsistente, y esto no es nuevo (aunque nadie sepa bien qué quiere decir tamaña sentencia). Cuando se nos habla del "pensamiento", por ejemplo, también se nos propone algo que está a medio camino (o en ambos lados) de la división entre algo que "hacemos" y algo que "pasa". Nada más parecido a los ‘misterios de la fe’ o al éxtasis místico... Recordemos que Cantor mismo, “soporte” de esa importante verdad matemática sobre los números transfinitos, consideraba que Dios mismo lo había elegido para revelarla al mundo.
Ahora bien, yo no sé qué significa todo esto. ¿Es comparable leer la obra de Badiou a leer la de San Agustín o la de Santo Tomás, o a iniciarse en las enseñanzas del Buda o en los misterios órficos, o tal vez a iniciar un movimiento político? Después de todo, para Badiou, lo importante es el entusiasmo. Por otro lado, preocuparse por nimiedades tales como alcanzar una posición consensuada sobre estos temas le resulta una despreciable cobardía, propia de sofistas o de animales.
No tengo idea de cual sería la conclusión de todo esto. Acaso el silencio, la revolución, o el Seminario... Por lo pronto, lo único se me ocurre es escribir estas líneas, reconociendo explícitamente (por si todavía fuera necesario) que no sé exactamente qué es lo que estoy haciendo. Si me pidieran precisiones, supongo que podría decir que estoy “expresando una opinión”. Aunque, puestos a dar precisiones, creo que es justo mencionar que, personalmente, opino que algo muy similar puede decirse sobre lo que hace Alain Badiou, al menos en algunos de sus textos.
Esto de comentar comentarios…
ResponderEliminarEs un impulso que mueve a la acción producida por otro sujeto, es una reacción que comienza por los sentidos y se “eleva” hasta una sensación de prolijidad aceptable.
Coincido en varias de tus opiniones válidas (por libres y sin pretensiones de consenso). El hacer representa (creo) una motivación o voluntad. Pero estamos recayendo en nociones presuntamente psicológicas.
El lenguaje es la primera institución que nos funda como elementos en relación, por otra parte es la definición mas apresurada pero no despreciable, acerca “del hombre y su hacer en”.
Al respecto de las verdades: se construyen, y cada campo (espacio con estructura normativa y por definición: comunitario) va a determinar el grado de exactitud quirúrgica de su propio discurso y en la medida de que es analogía pura, podremos utilizar una variedad (casi) irrestricta de términos, con la sola premisa de definir el diccionario utilizable (esto es: definido por el sector del campo dominante o allegado al centro de tal).
Entonces fe, dogma, academia, discurso, hacer, cosa, sujeto, agente, concepto o idea podrán ser utilizables a sabiendas, de que son válidas en este contexto y en ese sentido. Pues no hay una determinación anterior, sino un vector que orienta el reflector de tal o cual actividad o empresa. Esto es distinto a una predeterminación, aunque en lo cotidiano lo llamemos así.
Hay entes y momentos, en este esquema (quizá por medio del ser o el mas refinado logos o simplemente el azar) se entrelazan y articulan para dar un sentido al acontecer, entonces este sentido será pasible de opiniones que dentro de aquel esquema comunitario y normativo irán construyendo la verdad.
No siendo las mías opiniones autorizadas, solo las declaro un apunte irreverente a su prosa analítica y de desguase. Usted es (creo firmemente) mas parecido al “Asesino Puzzle” que al “Dr. Lector”. Vea por su cuenta la diferencia sustancial que existe entre ambos.
Saludos.
http://disrupciones.blogspot.com/2010/08/contradicciones-fundamentales.html
ResponderEliminarA ver... Yo entiendo que uno a veces se entusiasma, y le entran ganas de hablar de todo, de ofrecer una respuesta para cada pregunta, etc.
ResponderEliminarMe parece un impulso admirable, y probablemente muy positivo. Pero ni todo el entusiasmo del mundo sería capaz de borrar la diferencia entre una respuesta *entusiasta* y una respuesta *correcta*. Alguien podría objetar que no hay manera de saber de antemano cuáles son las respuestas correctas. Y yo estoy de acuerdo. Pero quien plantee esa objeción estaría aceptando que *hay* una diferencia entre ambas, y que la distinción es, de alguna manera, relevante. A mí no me parece que el entusiasmo sea un buen criterio para evaluar las diferentes respuestas. Y no me parece mal que haya quien insista (con entusiasmo, o sin él) en exigir algún criterio más convincente.
Los 'espíritus sensibles' no tardarán en colgarle al pobre tipo la etiqueta de 'censor', 'conservador' o 'dogmático'. Pero, curiosamente, el tipo se negará a ofenderse, a retirarles el saludo, o a mentarles la madre. Fiel a su estilo, se limitará a pedirles una explicación. No es raro que este tipo de 'dogmáticos' y 'conservadores' terminen en la hoguera. No es raro, digo, y probablemente tampoco sea ningún mérito. Pero es un lindo ejemplo de los efectos del entusiasmo.
Un abrazo grande, y gracias por pasar.
Pasando a otro tema...
ResponderEliminarHannibal Lecter, por ejemplo, no deja de ser un entusiasta estético. Lo admirable de sus actos no son, evidentemente,sus fines. Pero tampoco es exactamente su *pasión* o su *compromiso*:lo verdaderamente admirable es su *precisión* y su cruel, implacable eficacia. (Siglos de romanticismo mal entendido nos han convencido erróneamente de que se trata de cosas incompatibles).
El de Saw, por otro lado, es un boludo neurótico,un onanista ridículo e impúdico que no calienta a nadie, un moralista aburrido que no entusiasma ni a sus propias víctimas. Para serte sincero, no me entusiasma la comparación. Sin embargo, me parece justo aceptar que quizás no sea del todo incorrecta...
Hola Juan.
ResponderEliminar¿Cuándo regresas a tu blog?
Se te extraña. Mucho, mucho. Aunque no tenga la sabiduría para comentarte cada post, siempre te leo y me dejas pensando, lo cual a mi edad ya es mucho.
Un abrazo.
Alicia