Es ese inmundo frenesí. Ese milagro repugnante y asombroso del cual no sabemos bien a quién culpar.
Es eso que descubrimos siempre por primera vez, milenios después de tantos otros.
Es causa de más de una epidemia incurable, y hay quienes intentan evitarlo por pudor o por higiene.
Es una batalla perdida de antemano: un duelo desigual que no sabemos ni queremos evitar.
Nos promete la gloria; nos asegura la humillación.
Nos ennoblece y nos degrada.
Nos obliga a traicionar y traicionarnos.
No podemos evitar preocuparnos durante toda la vida por nuestro humilde desempeño, pasado o futuro.
Es la más seria trivialidad, la más honda superficie.
Es el guante de hierro sobre el puño de terciopelo.
Es un látigo, un escudo, un precipicio.
Es un ansia que no se cura con ninguna enfermedad. Se sabe que resiste a los años, y a la sabiduría.
Nos concentra, nos diluye, nos enfrenta, nos acerca, nos aísla, nos transforma, nos derrumba, nos construye.
Curiosamente (o no tanto) siempre es mejor en proyecto. Siempre es más minucioso desde el recuerdo.
Pero no nos engañemos: puede ser tedioso, monótono, egoísta o ajeno.
No siempre cura las heridas que provoca.
Y sin embargo es ese laberinto que esconde lo que somos. Es esa puerta infranqueable que nos niega lo que quisiéramos ser.
Nos hace solemnes, torpes, ridículos, pomposos, adultos u otras cosas peores...
Es un acto terrible de tiranía y sumisión radicales --y simultáneas--.
Exige una desnudez impúdica. Impone una indecente intimidad.
Nos arrastra fuera del tiempo, para ahogarnos sin remedio en lo más profundo de su cauce.
Nos pasamos la vida volviendo a empezar, intentando posiciones nuevas, apelando a recetas más o menos célebres, más o menos sospechosas; sin embargo sabemos que, a pesar de nuestros esfuerzos, en algún momento termina, y volverá a terminar.
Es todo eso y acaso muchas otras cosas, pero siempre deja atrás esa misma sensación de vacío. Aunque ese vacío multiplique burdeles y desborde bibliotecas; aunque ese vacío funde imperios o desate las más violentas conflagraciones.
Aunque sea justamente ese vacío lo que hace girar al mundo.
PD: A los que hayan llegado hasta acá, me veo en la obligación de agradecerles y confesarles que podría haberles ahorrado preciosos segundos de su vida si hubiera empezado con la frase : "Escribir es como el sexo".
Pero, sinceramente, tampoco quería privarme del placer de que acabáramos juntos.
Clap Clap Clap! Sublime! Hasta que llegué al final del texto me tuviste engañada como a una triste sirvienta paraguaya! Tengo una mente decididamente perversa que no deja lugar a ninguna interpretación inocente, jajaja!!
ResponderEliminarMe sumo a los aplausos de Lina, ¨Soberbio!!!!. Me gusta lo del vacío. Me pasa seguido, pero no a esa escala, ja, ja.
ResponderEliminarEl final... perfecto.
Creo que es un mini ensayo, o lo que quiera ser. Algo para seguir hurgando.
Alicia